“Adoramos el Sagrado Aliento que colocado está más alto de todo
cuanto ha sido creado, y adoramos la Sabiduría Verdadera.”
En medio del frescor del aire de los campos, encontraréis el Ángel del
Aire.
Paciente espera que dejéis las húmedas y atestadas ciudades.
Buscadle, entonces y bebed profundamente el brebaje sanador que
os ofrece.
Respirad larga y profundamente el brebaje sanador que os ofrece.
Respirad larga y profundamente, para que el Ángel del Aire os
penetre.
Pues el ritmo de vuestra respiración es la clave del conocimiento que
la Sagrada Ley revela.
El Ángel del Aire remontase en sus alas invisibles: más su invisible
sendero transitar debes si hubiereis de ver de Dios el rostro.
Más dulce aún el aroma de los puros, que la Ley Sagrada enseñan
reverentes.
Sagrado es el Ángel del Aire que lo impuro purifica y dulce olor da a
las cosas malolientes.
Venid, venid vosotras, nubes.
Descended sobre la tierra, en millones de gotas, por su brillo y su
gloria soplan los vientos, acarreando consigo las nubes hacia las fuentes
inagotables.
Elévanse sobre valles y montañas seguidas por el viento en el
sendero de la Ley que aumenta el Reino de la Luz.
El Padre Celestial en su poder hizo la tierra, y en su Sabiduría
estableció el mundo, y en su voluntad extendió los cielos.
Cuando su voz clamó, hubo multitud de aguas en los cielos, e hizo
que ascendieran los vapores de los confines de la tierra; hizo centellas con
la lluvia, y los vientos extrajo de su aliento.
Como sitio de reuniones el mar es para las aguas que se elevan y
descienden, hacia lo alto o hacia la tierra, y de nuevo hacia lo alto: ¡Así
asciende y gira! Tú, para cuyo ascenso y crecimiento el Padre celestial hizo
el espacio eterno, soberano y luminoso.
Hombre alguno ante el rostro de Dios venir puede a quien el Ángel
del Aire impida el paso.
Tu cuerpo respira el aire de la Madre Terrenal, y tu espíritu respirar
debe la Sagrada Ley del Padre Celestial.
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