“Dijo R. Yismael: Me dijo
Metatrón, el ángel, el príncipe de
la presencia, la gloria de todos
los cielos: Tan pronto como el
Santo, bendito sea, me tomó a su
servicio para atender al trono de
la gloria y a las ruedas de la
Merkabah y todas las
necesidades de la Sekinah,
inmediatamente mi carne se
transformó en llamas, mis
tendones en fuego llameante,
mis huesos en brasas de retama
ardiente, la luz de mis párpados
en resplandor de relámpagos, los
globos de mis ojos en antorchas
de fuego, los cabellos de mi
cabeza en llamas ardientes,
todos mis miembros en ígneas
alas y todo mi cuerpo en fuego
encendido. A mi diestra se
encendían llamaradas de fuego,
a mi izquierda ardían antorchas, a mi alrededor viento de tempestad y huracán
soplaban, ante mí y detrás de mí, trueno acompañado de seísmo”.
(3 Henoc 15, 1-2).
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