martes, 8 de julio de 2014

Angeles Caídos según la Tora, capitulo 6 de Angeologia comparada.


¿Qué sucede cuando un ángel desciende del cielo y asume una existencia terrenal? Un desastre.
El Midrash[1] cuenta que en los años previos al Diluvio, cuando el crimen y la promiscuidad saturaban la tierra, dos ángeles, Shamjazi y Azael, suplicaron ante el Omnipotente: "¡Permítenos morar entre los humanos, y santificaremos Tu Nombre!" Pero tan pronto ambos seres celestiales entraron en contacto con el mundo material, también se corrompieron.
Es de estos ángeles caídos, y sus descendientes, de quienes habla la Torá cuando dice que "había Nefilím ["caídos" y "gigantes"] sobre la tierra en esos días... los hombres supernos tomaron mujeres mortales, quienes les dieron hijos; estos fueron los poderosos hombres de antaño, quienes derribaron el mundo"[2].
Los misioneros celestiales, que vinieron para redimir a la humanidad de la maldad terrenal, cayeron, ellos mismos, presa de sus tentaciones -no estaban por encima de robar novias de debajo del palio nupcial [3]- y jugaron un rol principal en el desmoronamiento y la destrucción de su sociedad adoptiva.
Gigantes en Tierra Santa
Los Nefilím reemergen unos novecientos años después, cuando el pueblo de Israel, catorce meses tras su éxodo de Egipto, está a punto de ingresar a la tierra que les fuera prometida como patrimonio eterno.
A pedido del pueblo, Moshé envió doce espías a explorar la Tierra Santa. Cuarenta días después, estos doce hombres -cada uno líder de su tribu- regresan, severamente divididos.
Diez de ellos son categóricos en su juicio que mejor harían los judíos si se quedaran donde están, acampando en el desierto, pues cualquier intento de conquistar esta tierra y radicarse en ella está condenado al fracaso. "Llegamos a la tierra a la que nos has enviado", dijeron, "y, en efecto, fluye en ella leche y miel... Pero poderosa es la nación que mora en la tierra, y las ciudades son fortificadas y enormes. Vimos gigantes allí..."[4].
Sólo dos de los espías -Calev de la tribu de Iehudá, y Iehoshúa de la de Efráim- insistieron en que los judíos deben, y pueden, proceder con el imperativo Divino de entrar a la tierra. Si Di-s nos redimió de Egipto, exclamó Calev, si El partió el Iam Suf para nosotros, si El hizo llover maná desde los cielos para mantenernos, ¿puede verse impedido por fortalezas y gigantes? Si El nos ordenó tomar y colonizar la tierra, triunfaremos[5].
En este momento, los diez espías dieron su golpe de gracia: "No. No triunfaremos... Es una tierra que consume a sus colonizadores... Vimos allí a los Nefilím, los descendientes de los gigantes, los caídos"[6].
Idilio de Desierto
Estos diez hombres, todos líderes de Israel, no dudaron de la capacidad de Di-s de realizar milagros. Con Su palabra mares se parten, fortalezas se desmoronan y gigantes huyen aterrados. Dudaron de su propia capacidad de sobrevivir como pueblo terrenal. Por más de un año ahora, habían vivido una existencia totalmente espiritual. Pan del cielo los mantenía y una roca milagrosa producía su agua; "nubes de gloria" los protegían del calor, el frío, las flechas enemigas y los escorpiones, y orientaban y allanaban su camino por el desierto. Libres de toda preocupación material, se sumergieron en la sabiduría Divina recientemente revelada a ellos en la Torá.
Ahora, se les estaba pidiendo que dejaran atrás su paradisíaco desierto, adiestraran un ejército y poblaran la tierra, para obtener pan terrenal de su suelo mundano. ¿Y con quién se encuentran allí, en esta tierra de leche y miel materiales, sino con los ángeles caídos, ángeles que sobrevivieron el Diluvio pero no sobrevivió la tierra? Es una tierra que consume a sus colonizadores, argumentan los diez espías. Si estos seres celestiales no pudieron sobrevivir la zambullida en la mundanalidad, ¿qué puede esperarse de nosotros, mortales y frágiles hombres?
Hombre Deseado
Pero los hombres no son ángeles.
Totalmente espíritu, el ángel se disuelve al contacto con la tierra. Pero el ser humano, cincelado de espíritu y materia, es una síntesis de lo celestial y lo animal; el hombre está facultado para hacer cielo en la tierra, para hacer de "santa" un adjetivo para "tierra".
El hombre, no el ángel supremo, es la corona y ápice de la creación de Di-s. Es él quien concreta el propósito de Di-s en la creación, el deseo Divino de "una morada abajo"[7].
"El deseo de Di-s está con nosotros", dijeron Iehoshúa y Calev al pueblo[8]. Es para servir al deseo Divino -el deseo que es fuente y esencia de la creación- que El nos ha hecho de la tierra, y nos ha dado esta tierra. Pues somos nosotros quienes poseemos la capacidad de domesticar la tierra material y construir de ella una morada para Di-s, una morada receptiva a Su presencia.
-- Basado en una Sijá de Shabat Shlaj, 5742

Notas: 
1. Ialkut Shimoní, Bereshit 44. 
2. Génesis 6:4 (según el comentario de Rashi). 
3. Rashi, Génesis 6:2. 
4. Números, 13:27-28. 
5. Números 13:30; Rashi. 
6. Números 13:31-33. 
7. Midrash Tanjumá, Nasó 16; Tania, capítulo 36. 
8. Números 14:8.


Segundo comentario - El precepto de la Jalá y nuestros hijos
"Y Hablo Di-s a Moises diciendo: "Habla a los hijos de Israel y diles que, a vuestra entrada a la tierra a la que Yo os traigo, sera que cuando comiereis del pan de la tierra separareis una porcion para Di-s. Con lo primero de vuestra masa apartareis una fraccion..." (Bamidbar/Numeros 15:17-20)

La Tora nos ordena que de cada amasado de pan se separe una porcion, comunmente conocida con el nombre de Jala, para ser entregada a los Kohanim (sacerdotes), de la misma forma en que se les dona una parte de la produccion del campo. 
Los kohanim son los siervos de Hashem, los que estudian y transmiten Su Tora de generacion en generacion. Los Bene Israel, al otorgarles una parte de sus frutos y produccion, se sienten mas unidos a ellos y tienen el merito de ganar paz y bendicion para sus propios hogares y familias; todo en virtud de ese pequeno sustento que les proporcionan a los kohanim. Hoy dia esto se traduce en el continuo apoyo que se debe ofrecer a los estudiosos de Tora, rabinos, centros de estudio de Tora o ieshivot, etc.

La Tora se refiere a esa porcion de masa como Jala y los judios han dado en llamar asi a sus panes sabaticos y de los dias de fiesta, aludiendo a la porcion que han separado de su masa.

Cuantos pensamientos y anhelos embargan el corazon de una madre cuando separa el trozo de jala al amasar su pan! Cuantas bendiciones alberga su alma para sus hijos! Ser madre implica no cesar nunca de rezar. Que sus hijos sean fieles custodios de la ley Divina, que se consagren a la Tora y a
las buenas acciones, que cumplan con alegria Sus preceptos, que sean personas bondadosas e inteligentes, que sean integros, que eleven el mundo con sus virtudes, etc.etc.

Cierta vez una mama de Israel, como tantas otras, se encontraba preparando la masa de su pan. Tan pronto como se formo la masa, el momento justo para separar la jala, se dispuso a cumplir la mitzva (precepto) con todo su ser, pidiendo a Di-s en ese instante que su querido hijo amara el estudio, que absorbiera todas las enseñanzas de su Rab y tuviera las mejores aptitudes para aprender y para iluminar al mundo con Tora.
Su ninio en tanto, un despierto muchachito de seis años, caminaba de regreso al hogar desde su jeder (escuela de Tora para niños), con su mochila a cuestas y vistiendo sus tzitzit y su kipa.
Era un 25 de diciembre y la ciudad estaba paralizada por la inactividad propia de esa fecha cristiana. Un grupo de muchachotes que vagaba sin rumbo por las calles, acerto a ver al niño, caminando tranquilamente con su valijita escolar y todos comenzaron a burlarse de el: "Ja, ja, ja! Un dia feriado y tienes que ir a la escuela! Ja, ja!". Y asi continuaron mofandose de el hasta que, en el momento en que el niño paso cerca de ellos, les contesto con calma y firmeza a la vez:
"Si, pero Uds. HOY no aprendieron nada!!".
Menuda leccion para todos nosotros! No hay duda de que Di-s responde a los intimos y sinceros anhelos de una madre virtuosa. El Rab Tzadok Hakohen escribe que "los niños son la abierta manifestacion de los deseos ocultos de sus padres" (Likute Maamarim 4).
Aquel niño de nuestra historia demostro con sus palabras que el valor que le daba al tiempo guardaba una intima relacion con lo que habia aprendido. Y no existe en el mundo un mejor seguro para el aprendizaje que el valor que uno le atribuye al conocimiento. Para crecer y elevarse se necesita de la propia voluntad del niño, pero una madre puede contribuir enormemente a crearla.

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